domingo, 13 de julio de 2008

Cuarenta años viajando

El living habla por si solo. Una biblioteca inmensa llena de libros de los temas más diversos, al igual que la mesa en medio de los sillones, ilustran la personalidad y los intereses de mi entrevistado. Un mueble. Detrás de su vitrina, piedras y objetos propios de distintas regiones anticipan que la charla será larga y tendida. Otro mueble. Arriba de él, fotos. Fotos con Mickey, con nativos mexicanos, en playas paradisíacas revelan los viajes y la profesión de Rogelio.

Tiene 61 años, experiencias, anécdotas e historias innumerables. Piensa cada palabra antes de decirla, busca el vocabulario exacto para relatar sus viajes. Se le produce un brillo en sus ojos cada vez que recuerda estos viajes, cada vez que me muestra las fotos. En cada foto hay una imagen y en cada imagen una historia.

A lo largo de toda su vida realizó infinidad de viajes, por Argentina, Europa, América del Norte y América Latina, y se lamenta de no haber tenido la oportunidad de conocer el continente blanco. En estos viajes primaron el entrenamiento, la educación y el trabajo, pero nunca estuvo ausente el conocer. Conocer y descubrir personas, lugares, culturas, costumbres y redescubrir su pasión.

Si bien todos los viajes que realizó significaron algo especial, recuerda con muchísimo cariño su primera travesía. El destino era Alemania y el desafió conocer un nuevo continente, nuevos hábitos, nuevas formas. Fue en el año 1963, tenía veinti tantos años. Así se dispuso a ir solo por tres meses, con el objetivo de especializarse. Pero el viaje fue mucho más que capacitación, afianzó su verdadera vocación, la de registrar con una cámara escenas únicas, hacerlas rodar y recordar ese momento por siempre. Realizó una crónica sobre este viaje titulada “Volver a las fuentes” publicada en 1964, pero debido a los imponderables e infortunios de la vida no tiene ninguna copia de esta. Sin embargo no fue el viaje que más disfruto, ya que por ser su primer viaje solo a un lugar totalmente desconocido no podía dejar de evadir en ningún momento el miedo que sentía por la disparidad de costumbre, la diferencia del idioma y demás. Tal es así que tuvo que pagar una multa por cruzar mal la calle. Disfrutó más tanto de Alemania como de otros países cuando se logró manejar con cierta soltura y más conocimientos.

Un país al que se dirigió en numerosas oportunidades es México. La primera vez que lo visitó fue a fines de la década de 1960. Tuvo la oportunidad de radicarse en este país, en una oportunidad por seis meses, y en otra oportunidad por ocho meses. La cultura de este país es la que considera como más llamativa de todas las que tuvo la dicha de conocer, por la deformación cultura que sufrió por el contacto con otros pueblos, la manera de vivir, las comidas, pueblos indígenas muy pobres, donde no hablan español, sólo algunos jóvenes manejan el idioma.

Con el tiempo, notó muchas diferencias en las ciudades que había visitado en una oportunidad y que luego de considerable tiempo regresaba. En el caso de Alemania notó muchas modificaciones en las construcciones, el urbanismo, costumbres y hábitos de la gente. Por su parte, en México las discrepancias más notorias fueron la explotación demográfica, el crecimiento de la cuidad, la contaminación, la inmigraciones y la modernización de muchos pueblos del interior, que estaban “congelados en el tiempo” y los alcanzó la globalización.

Al igual que los flashes que salen por su cámara para tomar registro de lugares y momentos significativos, que duran un segundo pero se lo podrá conservar por siempre, Rogelio recuerda detalles y anécdotas de sus viajes.

Miradas encontradas

El etnógrafo recorre distintos países, regiones y su tarea es la de investigar diversas sociedad, culturas, sus respectivas costumbres, formas de organización social, y demás. Por su lado, el cronista también puede realizar viajes, pero no necesariamente tan extensos como los que requiere un trabajo antropológico y hacia sitios tan remotos. Su función es la de tener una mirada reflexiva, pensante en la que toma en cuenta cada detalle, pero para otras personas pueden pasar totalmente desapercibidos.

Los etnógrafos quieren demostrar con sus textos que realmente estuvieron presentes en el lugar que están describiendo, deben convencernos no sólo de que verdaderamente han “estado allí”, sino que además deben persuadirnos de que de haber estado allí nosotros, hubiéramos sentido lo mismo que él, visto y concluido los mismo. Con el cronista ocurre lo mismo, también debe convencer de haber estado allí y con sus descripciones y relatos nos quiere transmitir y contagiar sus sensaciones.

Geertz plantea que los etnógrafos están utilizando elementos de la literatura para la producción de sus textos. Buscan que resulte atractivo para el lector. Asimismo, un cronista usa los elementos de los más diversos géneros. Todo es válido, en cuanto sea utilizado para desarrollar una crónica novedosa y atrapante.

Determinados etnógrafos son más capaces y astutos que otros en el momento en que tiene que plasmar el contacto que tuvieron con otra sociedad, con otra cultura que le son ajenas. De la misma manera, ocurre lo propio con los cronistas. Hay algunos que poseen más habilidades que otros para transmitir las sensaciones que tuvo en los encuentros que se dieron en un momento o en un lugar particular.

(La antropología esta mucho mas del lado de los discursos “literarios” que de los “científicos”)

El discurso antropológico es un discurso oscilante, híbrido, si bien hay ciertas formalidades de las que no puede escapar. El género de la crónica también los es. Permanentemente está a la búsqueda de elementos que puedan contribuir en hacer mejor su relato. Es un género muy abierto, que está dispuesto a incorporar todo tipo de cosas, a innovar y seguir cambiando.

El antropólogo trata de evitar que su subjetividad intercepte la objetividad que se requiere de su trabajo. (El antropólogo debe tener una mirada más “fría” de las cosas).. A diferencia del cronista, donde sus sentimientos, sensaciones e impresiones son parte fundamental de su producción.

El cronista, por su parte, cuenta con la suerte de no tener el deber de reconocer datos definidos y expresarlos de un modo específico, ni debe buscar unidades concretas, puede dejar libre su imaginación. El etnógrafo debe observar cosas concretas (instituciones, normas, formas de organización, etc) y debe registrar esos datos, hechos y cosas de un modo determinado.

Tanto el etnógrafo como el cronista se interesan en mirar con otros ojos, examinar los detalles, hacer visible lo invisible.